29 junio 2008

Ciudad como botín de René Pollesch, dirigida por Luciano Cáceres



La obra parte del desplazamiento de una lectura neomarxista vinculada al funcionamiento de las corporaciones económicas y aplicada al cuerpo, pensado éste como sujeto de explotación y comercio, como mercancía. The economy, stupid!, como dijera Carville en los tempranos 90.

Si bien esta temática, que a priori parece demasiado europea para la escena porteña, podría desalentar a un espectador teatral acostumbrado a buscar más sentido que significado, Cáceres se encarga de que las cosas vuelvan a su lugar. La puesta frenética, burlona, bizarra y que despliega a la vez una enorme complejidad y un amplio lugar para la improvisación, disuelve el enchalecamiento del tema, transformándolo en un objeto luminoso como el que caga el narrador de El niño proletario. El texto se vuelve un fondo zumbón, una tele prendida pero que nadie mira, a fuerza de repetirse, de decirse a toda velocidad, en unísonos, en gritos, en susurros inaudibles. En primerísimo plano están, entonces, los cuerpos de los actores, en sus caracteres mercantil y artístico apenas distinguidos por una jerarquía social de la que no estamos del todo seguros.

Cáceres trabaja sobre una enorme cantidad de procedimientos a la vez. Empieza con una trivia, hay filmación en tiempo real, musical, ballet, una lucha de karate, diálogos estáticos y picados al estilo de la puesta de Crave que se vio hace un tiempo en Buenos Aires. Pero fuera del escenario, las cosas tampoco se ponen calmas. Para empezar, una moza sirve bebidas durante la representación; los actores vagan entre el público, lo tocan, le dan objetos; y sobre el final, las encargadas de servir vodka (y pedir propinas) son una actriz y un actor travestido. No vi que nadie les diera plata, pero si les dieran, ¿qué? ¿Habrá funciones donde el público se olvida de que son parte de una ficción? ¿Habrá funciones en las que el dinero (poderoso ficcionalizador) prolonga las garras de la representación sobre el pequeño saltamontes que le pone una moneda en la mano de la moza, como si fuese la acomodadora? No sé, yo pensé en su momento en las posibilidades de hacerlo y después me di cuenta de que todas mis monedas las había cambiado por el programa. ¡Maldición!

Ciudad como botín forma parte de una trilogía. El mismo director puso, en un ciclo del Goethe, la primera parte: Sex según Mae West. Hay una fuerte intertextualidad con ésta, aunque no es necesario haberla visto para disfrutar de Ciudad… Aprovechándose del video, Cáceres conecta la primera parte con la segunda, trayendo aquella a una inmediatez temporal perturbadora y si bien la entrada a la sala de los 3 personajes “principales” no deja de ser predecible, tampoco deja de tener ese regusto a epifanía: el tiempo se ha plegado y, además, se ha roto la barrera que separa la diégesis fílmica de la teatral… o de la real.

Antes de terminar, voy a hacer una confesión. Muscari me cae como la mierda, no me gustan sus obras y la película que co-dirigió para el ciclo 200 años (Canal 7) me pareció una porquería de grueso calibre. Así que llevaba mis reparos a lo que iba a ver de su trabajo escénico. Pero me equivoqué, también él está muy bien. Hasta me reconcilié un poco, la verdad.

Cierro. Hay que destacar al versátil e impecable Héctor Bordoni, el esfuerzo físico de los actores y la coreografía de artes marciales que el mismísimo Cáceres ensaya.. y pierde. Y, claro, la velocidad impenitente de la obra, de la que salí corriendo no sé muy bien porqué, contagiado por un espectáculo que, cuando termina, nos deja acelerados pero de cama, esperando a que el Sr. Miyagi frote las manos y nos devuelva el alma al cuerpo.

Calificación:

23 junio 2008

El Bergantín de Bernardo Cappa



Estamos a fines de los ’40 o principios de los ’50. La Argentina, Granero del Mundo, envía un buque repleto de trigo para los hambrientos países europeos que la Segunda Guerra ha devastado. Es un gesto noble. Un grupo de damas aristocráticas de un balneario a orillas del Atlántico -acaso acostumbradas a la caridad como expiación de los pecados burgueses- decide saludar a los heroicos tripulantes del Esperanza con un poema. Son 180 apuestos y patrióticos marineros que recibirán los versos que las mujeres han compuesto no sin desvelos, en un trabajo colectivo con más desavenencias que puntos en común. Para hacerlo llegar a destino, cuentan con la radio del bergantín de Lorenzo, que además está enamorado de una de las damas.

La obra de Cappa, una residencia de actuación del IUNA, sorprende por varias cosas. Inicialmente, por la escenografía de Norberto Laino, en la que las cosas tienen ese aire amenazante de obsolescencia y misterio que cobran los objetos bien usados en el teatro. La puesta de luces de Pehuén Stodeur es tan buena como el resto de las que él ha hecho, con la salvedad de una luz que me dio right in my eye al principio de la obra, de la que Stordeur dice no ser responsable (habrá que preguntarle a Cappa). El vestuario, por su parte y sin ser deslumbrante, cumple perfectamente la función de contextualizador cronológico.

Otra cosa sorprendente es la calidad de las actuaciones, que además son felizmente parejas: destacar una sería injusto. Desde la depresiva Miranda, la sensible y despótica Emilia, el pobre Lorenzo y su madre, hasta la criada que acaba reventando en una revancha triunfal y profética, todas son plenas, firmes y muy divertidas.

Porque la obra es una comedia, se imaginarán. En el buen sentido. Hilarante, no desdeñosa del humor físico, del chiste inmediato, pero tampoco del anacronismo, de las resonancias históricas, de una trama oculta que pesa tanto como lo que se ve. Por ahí anda el General Perón, aunque no se lo nombre, en la opulencia de la clase media de uno de los balnearios que el peronismo les permitió a los obreros, en la emancipación de la empleada doméstica, en el trigo que viaja a Europa. Y también están los conflictos que nos martilla TN a diario: se vitorea al campo, una columna de humo sube de algún pastizal, la clase media acomodada se solidariza inopinadamente… Cappa construye desde la dirección y la dramaturgia una trama apretada que sostiene la obra desde lo evidente y también desde lo inaprensible, porque hasta los numerosos chistes internos que campean en el texto contribuyen a la solidez escénica, aunque nosotros nos quedemos afuera.

Una última cosa: vale la pena pegarse una vuelta por la sede nueva del IUNA en Venezuela 2587 y mirar con ojo esperanzado las potencialidades teatrales que tiene ese espacio.
Estrenamos, entonces, nuestro nuevo sistema de calificaciones y le damos a esta excelente obra el puntaje máximo. ¡Vayan a verla!

Calificación:

01 junio 2008

Dunkeneadas - I

Esta sección que hoy inauguramos tiene que ver con mi frustrada vocación de antólogo. Me propongo realizar una selección -en varias entregas- de las reseñas que la editorial Dunken hace para los libros que publica. Algunas de ellas llegan a un nivel de sordidez tan notable que las vuelve dignas de lectura.


Plumitas de colores. Claudia García de Acuña


La escritora Claudia García con su libro "Plumitas de colores" cierra los ojos, prefiere que el lector acaricie su forma, aprecie el color, y se compenetre del bagaje del contenido de la obra escrita. En cada página está presente el poema que, generoso, se eleva, para llegar al trono del pensamiento. Cada poesía es una chispa, multicolor, que enciende el amor y se esclarece el sentimiento. La sensibilidad se adueña del misterio, de cada ser, que es capaz de vibrar a través de la bella palabra. "Plumitas de colores" se esparce como aquel, que abarca todas las nubes, el sol, madre, niño, prócer o un simple animalito indefenso y sutil; para que cada ser forme su mundo de la belleza, de armonía y de gracia. Porque un libro es una doctrina que se expande, es un templo construido; y aquí lo tienes, se llama “Plumitas de colores”