17 junio 2009

El cristal, Proyecto de Graduación del IUNA, con dirección de Gustavo Tarrío

Llega el momento de reseñar el último proyecto de graduación de actores del IUNA. Ya hablamos de la obra que dirige Luis Cano, de la que dirige Analía Couceyro y ahora le toca a la obra que dirige Tarrío.

El Cristal, según se anuncia desde el programa de mano, es un parque de atracciones. Luego de un comienzo musical, los espectadores son divididos en tres grupos independientes y comienzan el recorrido por las “atracciones”, que son tres obras diferentes representadas en tres espacios diferentes.

Este recorrido, que -obviamente- difiere para cada grupo, configura el primero de los aspectos que me interesa anotar: un uso teatral del espacio que excede al ámbito escénico. Como el paseo en bondi que se realizaba antes de ingresar a la sala en la puesta de Cleansed de Mariano Stolkiner, aquí el sugerente edificio de la Sede Venezuela del IUNA (una antigua fábrica) es tomado por Tarrío y sus actores para difuminar los límites de la representación e ingresar a los espectadores en ella. La presencia de un guía que, además, es un personaje de alguna de las atracciones reafirma este funcionamiento del espacio.

Por otro lado, es interesante pensar las trayectorias ficcionales que propone El Cristal. Como se indica en el programa de mano, la obra nace de una foto. Cito al director: “En la foto, mi mamá canta en un hotel de Río Tercero, Córdoba, carnaval de 1952. Los actores trajeron las fotos de sus familias y empezamos a filmar todo lo que se mueva.” En esa relación entre lo biográfico y sus derivaciones reside la estructura de ficción de la obra, como una apropiación más o menos difusa de cierta “memoria emotiva” (es en joda) de los actores y el director. El fragmento de Tarrío condensa el procedimiento en apenas una frase: de la fotografía como testimonio inmóvil del pasado al registro de “todo lo que se mueva” y de allí, al puro presente teatral. Sin embargo, lo autobiográfico como procedimiento metaléptico se conserva en la coincidencia entre los nombres de algunos personajes y los de los actores que los encarnan. Si uno hace el recorrido que me tocó a mí - La habitación, El pozo, La casa-, la niña que canta en la foto vuelve a aparecer en la última atracción: el signo de la ruptura diegética se invierte y ahora el universo ficcional contamina la percepción que inicialmente teníamos de aquella foto familiar, para cargarla de un sentido difuso e inquietante.

Saliendo del terreno de la especulación crítica, si así puede llamársele a un par de consideraciones apresuradas, debemos saludar (estoy un poco arcaico hoy) las excelentes actuaciones, las muy buenas interpretaciones vocales (todos cantan bien, ¡da una envidia!) y la notable precisión cronométrica con que los universos ficcionales de las tres atracciones se interpenetran por la aparición de personajes de unos en los otros.

El vestuario -que incluye un traje de superhéroe- es excelente, aunque suponemos que los actores lo padecerán un poco en las crudas noches de este otoño. Gajes del oficio, que les dicen.

La iluminación, la escenografía y el campo sonoro están muy bien logrados, aportando lo suyo para que el conjunto de la obra resulte convincente, sólido y sumamente recomendable de ver.

Las funciones son en la Sede de Venezuela del IUNA (Venezuela 2587), los sábados a las 21:00 hs. Dejo teléfono y lo haré de aquí en adelante: 4308-5046.

La ficha técnica puede consultarse acá.


P.D.: Pido disculpas por un error que se me pasó en la reseña de Tren: la obra se está poniendo en Anfitrión, no en El Artefacto. Hecho el descargo, espero no estar pifiándole en nada con este texto.

07 junio 2009

Tren, de Carricajo, Correa, Gamboa y Paredes


Un grupo de mujeres ocupa parte de un vagón de ferrocarril. Son feligresas de una iglesia evangélica que viajan a una ciudad costera -presumiblemente Mar del Plata- a participar de un congreso religioso. Algunas son pastoras, otras contarán su caso, otras simplemente lo hacen como quien va a una misa importante. Mientras viajan cuentan sus historias personales y el porqué del acercamiento a la iglesia. De allí parte el nuevo espectáculo de las chicas de Piel de Lava.

La escena muestra el camarote de un ferrocarril bonaerense, recreado al mínimo detalle: los asientos, los percheros, los portaequipajes, las ventanas. Para apoyar el efecto de realidad, sobre la ventana lateral (la que da al exterior) se proyectan las imágenes que un pasajero observaría si efectivamente hiciese el viaje. De los audiovisuales que realizaron Mariano Llinás y Agustín Mendilaharzu hablaremos más adelante.

Sobre este planteo aparentemente simple se desarrolla una de las obras más divertidas que haya visto en mucho tiempo. Y esto, se entiende, no es un mérito menor. Kartun habla en algún lado -creo que es la contratapa o el prólogo a un libro- de recuperar el sentido primitivo de “entretener”: tener entre. O sea, mantener al espectador entusiasmado dentro de los límites de un universo ficcional. Tren lo logra con absoluta eficacia, con un planteo narrativo impecable, excelentes actuaciones y un texto que por momentos me hizo llorar de la risa, siendo que -incluso cuando una obra me divierte- soy bastante reacio a la carcajada.

A propósito de las actuaciones (Valeria Correa, Pilar Gamboa, Elisa Carricajo y Laura Paredes), que son muy buenas, debo destacar la pasmosa habilidad de Elisa Carricajo para los monólogos (el lector memorioso recordará el que su personaje hacía en Acassuso, de Spregelburd, a propósito de los chicos del delivery de empanadas y que, para sorpresa del director y de los habitués teatrales, terminaba en un cerrado aplauso ¡en medio de la función!) y el trabajo de Pilar Gamboa. Gamboa es, hay que decirlo, un monstruo y, como tal, es capaz de cualquier cosa. La escena de las tres hermanas lo confirma con creces.

Marcaré un único problema de la correcta iluminación: el portaequipajes de uno de los laterales por momentos hace sombra sobre la ventana donde se está proyectando.

Antes de terminar, querría dedicarle un par de líneas -como lo prometí- a los audiovisuales de Llinás-Mendilaharzu. Quién venga siguiendo a estos muchachos recordará Balnearios y, por supuesto, la mejor película argentina que ha podido verse en muchísimo tiempo: Historias extraordinarias. En ambos films se adivina como constante el trabajo sobre la llanura bonaerense, ese espacio amplio, monótono y reiterativo que conocemos bien los que hemos vivido algún tiempo en un pueblo de la provincia. Si en Balnearios, trabajaron sobre las ciudades costeras y en Historias extraordinarias sobre los mecanismos de funcionamientos de los pueblos tierra adentro, Llinás y compañía usan el audiovisual de Tren para indagar sobre otro de los elementos característicos de la provincia: el ferrocarril, justamente. Y, otra vez, la implacable capacidad de estos cineastas de poner el ojo donde pareciera no haber nada nos depara una sorpresa. A pesar de la cámara fija sobre el tren, a pesar de que apenas hay un par de secuencias actuadas, la simple progresión de imágenes de las estaciones, desde la populosa e inmensa Plaza Constitución, hasta las pequeñas y despobladas estaciones intermedias del recorrido, opera el milagro: aparece -vaya uno a saber cómo- la mística de la “pánica llanura interminable” (Oribe dixit) y el viaje de las mujeres cobra una dimensión trascendente en medio de la parodia feroz que la obra plantea.

Tren hace funciones en Anfitrión (Venezuela 3340), los viernes a las 21:00hs