18 mayo 2009

Dóciles y útiles, Proyecto de Graduación del IUNA, con dirección de Analía Couceyro


Increíblemente, por cuarta vez en poco tiempo me encuentro reseñando una obra distópica. Está bien, en Dóciles y útiles nunca se explicita el tiempo en el que transcurre la historia. Pero los vestuarios, la escenografía y, sobre todo, la “conducta” de los personajes hacen pensar en un futuro no muy lejano. Algún analista más sesudo podría buscar la razón detrás de la abundancia de obras de “teatro de anticipación”. Pero los augurios no son buenos: desde la Utopía de Moro, escrita en el mismo siglo de la Inquisición Española, el Concilio de Trento y la Noche de San Bartolomé; hasta las Crónicas marcianas de Bradbury, contemporáneas al pico de tensión de la Guerra Fría, la aparición de arte utópico no suele indicar nada bueno. Más bien tiene que ver con épocas agitadas.

Lo primero que llama la atención de esta obra es el marco teórico que, explícita o implícitamente, la rodea. El texto de presentación nombra a Marx, a Nietzsche y a Hegel (que, a más de ser alemanes los tres, no comparten mucho). El título remite casi inmediatamente a Foucault -y, por transitividad, a la lectura que Deleuze hace de estos conceptos-, igual que los procedimientos de domesticación social, la vigilancia constante, los castigos, el ejercicio del poder directamente sobre los cuerpos de, en este caso, las trabajadoras. Y para completarla, se nos aparece el cascarrabias de Adorno, cuya dudosa lectura del marxismo desde el psicoanálisis condena al fracaso a cualquier emancipación de la humanidad como un todo, porque la lógica de dominadores y dominados proviene -según él-, no de una configuración histórica determinada, sino más bien de una estructura psíquica inconsciente. Esto último, claro, es una lectura que yo hago, que no está explícita. Pero que calza perfectamente en el devenir de la obra.

Estos temas tan ríspidos (hagan la prueba de leer a Hegel, si no me creen) no son abordados en Dóciles y útiles desde un tono solemne o didáctico, sino más bien todo lo contrario. Es decir, desde lo caricaturesco. Como es vox populi, el humor suele ser el vehículo para decir las cosas más inefables. Los trabajos sobre el vestuario (que incluye un montón ingente de pelucas), la escenografía y el maquillaje acompañan esta impronta.

Las actuaciones están bien logradas, en un registro distanciado del realismo. Destacaré aquí el trabajo de Juan Ignacio Bianco -la hombruna María Emilia-, de Cecilia Laffranconi -la aplicada Lucrecia-, de Verónica Mayorga -la despechada Tránsita-, y de Maia Menajovsky -una doctora que, posiblemente, será prima lejana del Dr. Mengele y de Hans Vergerus, el médico que ensayaba atroces experimentos en The serpent’s egg, de Igmar Bergman-. A propósito de Bianco, debo anotar su participación en dos de los momentos más interesantes de la obra: su bella interpretación de una canción andina (el nombre se me escapa ahora) bajo una pálida luz azul y acompañándose con un charango; y la escena desopilante que comparte María Emilia con Roberto González (Leandro Rosenbaum).

De las luces, otra vez, tendré que rezongar. Hay por lo menos diez apagones. ¡DIEZ! En una obra que dura alrededor de una hora, eso significa un apagón cada 6 minutos. Y, aunque este tipo de detalles se suele obviar, semejante tendencia a usar las luces como en un arbolito de navidad acaba destruyendo cualquier posibilidad de acumulación dramática y la obra se aparece como una serie de escenitas sueltas. Además, de que inhabilita cualquier otro mérito que pueda tener la puesta de luces. Y los tiene, de hecho.

La escenografía de Félix Padrón, por el contrario, es sugestiva y funcional a la puesta. Aporta cierto misterio y contribuye a generar una sensación de extrañeza, de monstruo tecnológico, con un haz de caños que no se sabe muy bien para qué sirven y esos aparatos similares a bicicletas fijas con los que las mujeres “trabajan”. Bien valen una mención las bombas en forma de galletita Merengada.

El vestuario también acompaña correctamente la propuesta, pero en otro sentido, ya que gran parte de la caricaturización se apoya sobre él: hay pelucas (muchas), ropas extrañas, lentes, orejas de conejo, pijamas.

No digo más. Dóciles y útiles hace funciones en la sede de Venezuela del IUNA (Venezuela 2587), los viernes a las 22:30hs. Saquen las entradas con tiempo, suele ser difícil conseguirlas

3 comentarios:

Vacilos del alma de un bohemio dijo...

Si lo cruzas en alguna de las callejuela de Buenos Aires al niño del saxo, déjale un abrazo y mis saludos...

Cómo me encantaría poder escaparme un viernes, para tomar el avión hasta "Venezuela" y verlo...

"Dóciles y útiles"... Me gusta el nombre...

Saludos.

Anónimo dijo...

Por tu reseña me dan ganas de ir a verla, pero esos días a esas horas estoy enclaustrado en el trabajo.

Espero que les vaya bien así pueden aumentar el número de funciones.

Saludos

Menos1 dijo...

Nunca había leído tus reseñas, de hecho ni había escuchado tu nombre, leí varias y me gusto mucho tu ojo critico y la forma de escribir.