30 diciembre 2007

Filigranas

El miércoles 26 se presentó Objetos maravillosos de Juan Diego Incardona, tal como lo habíamos anunciado. Fue en un centro cultural lindo y chiquito, que queda en una calle de una sola cuadra y donde sirven la cerveza en tarros de mermelada. Ciento cincuenta monos a pleno estuvo allí.

Hablaron Mairal y Llach. Lo del primero estuvo divertido. Llach, en cambio, fue un poco machacón con el tema del peronismo. La poética peronista, diría mi buen amigo Diego Vecino. Hizo comparaciones un tanto forzadas o directamente zopencas: que el General escuchaba “música maravillosa” (citando mal a Perón) en la música común y que Juan Diego hacía objetos maravillosos usando materiales comunes; que Perón se llamaba Juan Domingo e Incardona, Juan Diego. En fin…

Pero con tanto peronismo, con tanto hinchar las pelotas con la filiación partidaria del autor, me convencí de que tenía entre manos la versión posmoderna de La razón de mi vida, cosa incómoda de sostener para un trotsko como el que suscribe. Así que, como quien entra a un recital de Hermética con la remera de Miranda!, abrí el libro dispuesto a recibir una andanada justicialista digna del más orondo 17 de octubre…

Pero no.

Lo que hay en Objetos maravillosos no es peronismo, sino menemismo. Bueno, no frunzan las narices. No me refiero al menemismo de la pizza con champán, de las naves que se remontan a la estratósfera, de la Argentina en el primer mundo. Más bien todo lo contrario. En este libro, al menemismo no se lo dice pero está ahí, agobiante, funesto, desprendiendo pedazos del país y dejando sin laburo a un pibe que sale de la secundaria. De una secundaria técnica un país sin industrias. El menemismo es una presencia gravitante y gravosa que sólo acepta como recurso a la elipsis. Porque, sin irnos a los extremos de Adorno, de todos modos flota la pregunta: ¿Cómo se escribe literatura acerca de (o en) un tiempo en el que la realidad fue el anclaje para un ejercicio de ficción extremadamente poderoso, pletórico de barroquismo, mediático, teatral y omnipresente? Ya Bartís se hizo esta pregunta en relación al fenómeno teatral y se contestó con la formidable Postales Argentinas. Ahora, Incardona responde con un realismo autobiográfico que devela la cara oculta de la unending partusa menemista. Tras las bambalinas del poder (robo a mano armada un título de Caraballo) están los maquinistas de la miseria o de la marginalidad. Incardona fue, entre muchas otras cosas, uno de ellos.

El caso es que Juan Diego, con una prosa simple, tierna y por momentos infantil (en el mejor sentido), nos pega una serie de rotundas patadas en los huevos. Porque todos los que salimos de una casa barrial de clase media podemos reconocernos en ese diario heterogéneo, que nos alcanza como una serie de incómodos déjà vu (unpleasant memories, que les dicen): yo también egresé de una técnica, entré a la UNLP a estudiar Ingeniería Electrónica, tuve mi peluquero de toda la vida al que abandoné cuando mi cabeza decidió desprenderse por sí misma del pelo, cursé cinco Análisis Matemáticos, largué la carrera por la mitad y le cagué a mis viejos el sueño del inyenieri en casa; también veraneé en Reta y demás. Pero frente a mis pavotas costumbres pueblerinas, en Incardona hay un punto de inflexión: inopinadamente se transforma, de un momento a otro, en un aventurero. Se saca de encima a Villa Celina y la convierte en un territorio mítico, le da el olivo a Borges y a la cargosa costumbre de la erudición enciclopédica y los cuentos crípticos, abandona al tornero y de ese despojarse sale un artista: el creador de los Objetos Maravillosos que vaga por el sur del país, para luego fundar El Interpretador.

En este libro supuestamente peronista aparecen Viñas como intelectual faro y el hippismo como modus vivendi. Trotsko feliz, cierro el libro y pienso: “Carajo, este pibe pude haber sido yo”. Pero ahí se me acaba la contentura. Incardona ya no es ninguna de las cosas que cuenta: a ese pasado lo ha retorcido, lo ha pintado con fundente, lo ha soldado y lo ha sumergido en ácido nítrico al 20%. Ahora, nos lo presenta convertido en un objeto maravilloso. Yo, inútil de mí, apenas me animo a estos comentarios.
Aunque… ¿Quieren leer una reseña maravillosa?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias por la reseña, Santiago y equipo.

Santiago dijo...

¡Eh, qué bueno!

Gracias por pasarse. Y de nada por lo de la reseña, la presentación estuvo muy divertida. Salvo por lo anotado sobre Llach, you know.

Saludos!

Ah, una pregunta, por si leen esto: ¿Violeta Gorodischer es algo de Angélica?

Escolopendra Poesía dijo...

me encanta su revista
donde se la puede conseguir en la version impresa??

quisiera participar con algun poema en alguno de sus numeros, es eso posible??

les invito a darse una vuelta por mi blog y leer mis trabajos

saludos.

Nurit dijo...

Me encanto la resenia...yo tb estuve en la presentacion, y coincido con muchas de las cosas que dijiste...

Unknown dijo...

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