20 noviembre 2008

número 4



luego de ya demasiados meses de demora,y a riesgo de resultar reiterativos, pedimos disculpas al público lector (si es que nos queda) y a todos los que colaboraron con la revista.

y aquí abajo, el índice del dilatado número cuatro, con un invitado especial de méxico y muchos de argentina.



INDICE

Kimono

Selección, Daniel Durand
El ruido entre las flores, Juan Diego Incardona
Selección, Eduardo del Estal

Monoambiente
Como gotas de polen, Juan José Burzi
Barda alta, Antonio Ramos Revillas (México)
El inicio del juego, Camilo Pasqualini

Mono con navaja
Ríos de olvido, Martín Glozman
Primer avance sobre pornografía y literatura, Juan Terranova

Mono con brocha gorda
La Pintura como acto de violencia, Eduardo del Estal
El monstruo autobiográfico

Poemínidos
Rafael Spregelburd, Santiago Sánchez Santarelli

Mono con navaja
Yo soy otro, Luis Cano

La banana mecánica
Las películas son una conspiración, Marcos Vieytes

La del mono
Pornosonetos, Luisa Kaufman


Ilustraciones: Armando Andrés Rodríguez
Última página:
Gustavo Sala

el número cuatro se puede bajar de acá!

19 noviembre 2008

El monstruo autobiográfico - Eduardo del Estal

Aquí pueden descargar la versión completa del texto, según se promete en la revista.

Como una piedra de Rosetta, está escrito en tres lenguajes más o menos paralelos, pero más o menos entreverados también, viviendo en una zona intermedia entre la distancia insalvable y la coincidencia punto a punto. A diferencia de la famosa piedra, aquí ningún lenguaje nos es del todo conocido y tendremos que asignar un conjunto arbitrario de significados a alguno de ellos para descrifrar los restantes. A fin de cuentas, lo hacemos todo el tiempo.

Realizadas estas aclaraciones, vaya una guía de lectura para la buena inteligencia del texto.


Guía de lectura:

- Todo lo escrito en negrita o negrita cursiva, cuerpo 12, constituye la nota biográfica básica.
- Los párrafos en cuerpo menor actúan como un eco del texto principal, como “discantus” de tono poético.
- Finalmente, el resto, escrito en tipografía normal o normal cursiva, son las bifurcaciones o trayectorias de desvío que operan un contexto en dispersión.

16 noviembre 2008

No es fácil beber juntos o no sé muy bien por qué te envidio, de Gisela Fantacuzzi

Mi andamiaje teórico en lo que a la danza respecta es bastante flojo. Para no decir inexistente. Así que cuando decidí ir a ver al Borges la obra que dirige Gisela Fantacuzzi sabía que mi posición expectatorial iba a ser medio ingenua. Digo medio, porque la otra mitad de la cosa es teatral: No es fácil… es un espectáculo de danza-teatro. Así que las desarrapadas impresiones que vuelque en adelante serán medio banales. De la otra mitad, directamente no respondo.

En palabra de la directora: “La obra / performance indaga en las condiciones del diálogo y los vínculos humanos, permitiendo todas las posibilidades de diálogo entre los cuerpos. Busca en la espontaneidad de los intérpretes, e instala preguntas acerca del deseo, la sexualidad, la envidia y el hacer cotidiano.”

Si hay un adjetivo que resume la impresión que recibí, ese es “perturbadora”. Claro que, como en toda expresión poética, pretender que sea resumible es una pavada de grueso calibre.

Las relaciones dialécticas entre un cuerpo y una música siempre transitan el camino de la metáfora. Así era con los rituales de los pueblos primitivos y así sigue siendo con los rituales que paquetas señoras con paquetes esposos contemplan en paquetes teatros cuando van a ver ballet. No importa que la melodía no suene en los parlantes (como sucede en el Solo de apertura que interpreta la propia Fantacuzzi), los espectadores se encargan de inventar la que corresponde a ese baile. Si las comparamos, posiblemente no haya dos iguales. Así de poco unívocas son las relaciones entre el cuerpo y la música.

Entonces, la labor dramatúrgica o coreográfica en este tipo de obra consiste, esencialmente, en la construcción de signos huecos, de metáforas sin referente inmediato que los espectadores se encargarán de completar. Así, la eficacia de un espectáculo podría medirse (tómense estos verbos imprudentes en un sentido poco literal) por los resortes que toca en el público. Y No es fácil beber… da -apabulladoramente- en el blanco.

La potencia de la obra se basa en varias patas que funcionan simultáneamente y se retroalimentan. Por un lado está el excelente trabajo de luces que propone una sucesión climática extremadamente interesante, sin alardes, pero efectivísima. Por otro, la pericia de los performers y los recorridos coreográficos que siguen. Finalmente, la notable fuerza dramática de las situaciones que se representan: vaya como ejemplo el angustiante monólogo de Mailén Valdez, que parece ahogarse mientras bebe de un vaso de agua. Ah, por cierto, también la música es muy buena.

Bueno, no voy a extenderme más sobre un tema que no domino a fondo. No es fácil beber juntos puede disfrutarse los domingos a las 20:00hs en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín). Vale la pena ir y, una vez terminada la obra, salir preguntándose cómo es que el arte, sin hablar de nada en especial, puede plantear interrogantes tan inefables. Definitivamente, perturbadora es la palabra. Y bella. Como una femme fatal.

12 noviembre 2008

Pablo Iglesias x 2: Cascarita y La patria submarina

El sábado fuimos a ver las dos obras que el director y dramaturgo tiene en escena. Primero fue Cascarita. No luce ni cierra, en La Ranchería y luego, subte mediante, La patria submarina (primera misión), en el Abasto Social Club. Las obras son lo suficientemente diferentes como para que juntarlas en el mismo post sea una empresa osada. Pero coraje es lo que sobra…


Cascarita es el seudónimo de un hijo de puta, como dice la crítica de la revista Llegás a Buenos Aires. Que además sea un escritor es anecdótico. Porque este hombre, que queda encerrado en un bar por culpa de una manifestación, un viernes de paro, se define a sí mismo como escritor. Lo cierto es que, durante la representación, lo único que logra plasmar en un papel es su número de teléfono. Y a eso, conceptualismos aparte, no lo podemos leer como literatura.


La obra funciona por contrastes y repeticiones, a varios niveles. Los contrastes están en Cascarita, por momentos seductor y dulce, por momentos de una violencia psicótica incontrolable, a veces cruel, a veces tierno, ganador y perdedor absoluto al mismo tiempo. Pero también hay contrastes de actuación, entre la gestualidad límite de Minetti (de gran trabajo) y la sutileza de Perisson, entre la verborragia del primero y el silencio apenas roto de la segunda. Finalmente, hay un contraste de signo espacial que se mantiene como contrapunto en el devenir de la obra: la extraescena amenazadora de la manifestación que parece calmarse y finalmente estalla en la represión policial; y la escena que tiene un in crescendo de violencia para terminar lacónicamente. Las repeticiones aparecen como reduplicación de la estructura narrativa en los diferentes niveles diegéticos: igual que los cuentos de Cascarita, se repite su vida y la obra que vemos.

El campo sonoro, salvo por el quilombo de la protesta como “música de sala”, se reduce al discurso aluvional del pretendido escritor. Y es ese discurso, casi ininterrumpido, el que conecta los elementos más o menos dispersos de la obra. Alejandro Catalán decía, hace unas semanas en una mesa de debate de Tecnoescena, que hacer dramaturgia hoy pasaba por reunir elementos dispersos. Aquí, el elemento conectivo es, repetimos, el discurso de Cascarita, que no sólo vincula la historicidad del personaje con sus acciones y rasgos presentes, sino que liga los espacios externo e interno, cierta ilusión de clase y de intelección política del protagonista con la otredad del exterior, y a los dos personajes. Estos vínculos, claro, no son unívocos, sino que transitan una zona de fluidez que mantiene al espectador entre el rechazo absoluto y la pasmosa identificación.

Hay un interesante trabajo de luces también, a pesar de que no se utiliza el color. A lo largo de la obra, el relato lumínico enfatiza o alivia la presencia de los personajes sobre la escena y dirige la mirada del espectador. La luz no es un simple efecto técnico, sino un recurso dramático que se utiliza, para decirlo de algún modo, como los pedales de un piano.


La patria submarina (primera misión) va por otro lado: es prácticamente opuesta a la anterior. Entroncada en una tradición que le ha dado grandes satisfacciones al teatro argentino (Postales argentinas y La Paranoia, por nombrar sólo dos) es una obra apocalíptica, casi de ciencia ficción, que narra la destrucción del mundo -que acaba bajo el agua- y el intento de un grupo de militares, encerrados en un submarino, por mantener viva a la especie humana. O, por lo menos, al Homo Argentinensis.

Las diferencias con la otra obra que Iglesias tiene en cartel son visibles apenas uno entra a la sala. En contraposición a la esquemática escenografía de Cascarita..., aquí se presenta un camarote de submarino hiperrealista. Además, hay tres televisores que transmitirán en vivo las directivas de La Capitana (Liliana Weimer).


La misión que refiere el título es la obtención de un bebé humano no contaminado de una misteriosa enfermedad que parece acechar en la superficie. Los encargados de llevarla a cabo son René (Clara Virasoro) y Hoyos (Darío Pacheco), un futuro buzo de las FOE: Fuerzas Operativas Especiales (otro punto de contacto con La Paranoia: recordemos que el coronel Giácomo Brindisi pertenecía a Operaciones Especiales). Pero el buen muchacho, bastante cohibido y obsesivo, tiene serios problemas para llevar adelante el coito, muy a pesar de su desinhibida partenaire que quiere liquidar el asunto lo más pronto posible. Y aparece el tercero en discordia, Alonso (Martín Paladino). Y luego, un niño de dudoso ascendiente ("la partenidad es un acto de fe", ha dicho Goethe). Todo se complica hasta lo inverosímil.

Como buena "literatura de anticipación" que se precie de tal, La patria… habla de un lejano futuro para hablar de un cercano presente o, incluso, del pasado. Las desmesuradas dádivas que La Capitana les promete a René y a Alonso, incluyendo cadenas de restaurantes y barrios enteros; la necesidad de repoblar la Argentina que remite a la ola inmigratoria que propiciaron los gobiernos argentinos a partir del siglo XIX; la obligatoriedad del festejo navideño (para esto valen las consideraciones que Andrea Garrote hiciera sobre su mandamiento); todo hace eco e interpela a los espectadores. Ferozmente a veces.

A un trabajo desopilante de Pacheco, se suman las correctas actuaciones de sus tres compañeros. Pero claro, es difícil superar a un hombre, proyecto de buzo, que come nueces para calmar su ansiedad, vestido con un mameluco anaranjado y haciendo una variedad de sonidos casi inexplicables.

El único reparo que voy a hacer (y quizá es un comentario de obsesivo) apunta a la reproducción por los bafles de sala del llanto del bebé que, supuestamente, está en la cuna. Es un detalle menor pero la pérdida de espacialidad o, mejor, de especificidad espacial del sonido resulta molesta. Hace ruido.


Ahora, nos ponemos la peluca blanca y nos transformamos en Hegel para sintetizar estos dos términos antagónicos en una conclusión única: vayan a verlas. Dos propuestas completamente distintas, de un mismo director, ambas de gran calidad.

Cascarita… puede verse los sábados a las 20:30hs en La Ranchería (México 1152) y La patria… los mismos días a las 23:15 en el Abasto Social Club. Juro que pueden verse las dos en una misma noche. Yo lo hice, sobreviví para contarlo y encima escribo esta reseña. Es prueba suficiente.

09 noviembre 2008

ATP: El Hansel y la Gretel, de Matías Vitali

El domingo fui a El Bululú. A ver un “infantil”. Son perspectivas sombrías para quien se lleva pésimamente con los stand-ups y los varietés (el Bululú se especializa en esos géneros). Ni hablar si, encima, a uno se le quema el gorro cuando ve una obra para chicos que los trata como si fuesen estúpidos, cosa que sucede con gran parte de lo que está en cartel. Pero como confiaba en el buen criterio de Vitali y en su creatividad, junté coraje y fui. Y, contra todos mis prejuicios, me divertí muchísimo.

La obra, una variante semi-musical del archifamoso cuento de los hermanos-germanos Grimm, está escrita directamente en contra de ciertos preceptos del género. Por ejemplo, la idea de que los padres sólo pueden lamentar el tiempo perdido en el teatro mientras ven un “infantil”. O que los bonitos niños no entienden nada y todo debe serles recalcado 100 veces. O que los ángeles son perfectos e infalibles y las brujas malas e irredimibles.

El Hansel y la Gretel presenta un ángel bastante torpe, que dice mal sus fórmulas mágicas (como el rabí de Borges, que pifia cuando hace el Golem); una bruja que imposta su maldad buscando pertenencia social; y otras maravillas. El proceso de deconstrucción sobre los personajes arquetípicos de la narrativa popular tuneada por los Grimm se traslada también al discurso, que se desdobla en, al menos, un par de niveles: el que hace a lo estrictamente narrativo y el intertextual, apuntado a los padres. Por ejemplo, citando a una famosa serie televisiva de estos tiempos, cuando Hansel descubre que se han perdido en el bosque grita “We are lost!”.

Pero Vitali no se conforma con esas innovaciones temáticas, sino que apela también a lo formal, utilizando recursos que uno supondría pertenecen en exclusividad al teatro para adultos. Uno de ellos es la explicitación del carácter representacional de lo que se está viendo y de la condición dual del actor: actor-personaje y actor-persona, o cuerpo poético y cuerpo natural-social, en los términos de Dubatti. El público más joven, a pesar de los prejuicios, sigue con absoluta conciencia estos “saltos ontológicos” (Dubatti) y se divierte tanto o más que los adultos descubriendo que un mismo cuerpo de repente pertenece a una bruja que elucubra planes para morfarse a los hermanitos, y un instante después pasa a ser una actriz que reclama más fervor del público.

Las cuestiones que uno podría llamar la “ficha técnica” de la obra están muy bien. La música, el vestuario, la escenografía y las luces cumplen su función sin molestar en absoluto. Las actuaciones son sólidas, hilarantes por momentos y profundas por otros.

El Hansel y la Gretel está haciendo funciones los días domingo a las 16:45 hs en El Bululú (Rivadavia 1350). Señora: puede llevar a sus chicos con toda tranquilidad y, ya que está, reírse un poco usted también. Eso sí, si tiene sed, tome algo antes de entrar: los precios del bar son un poco…mmm.. cómo decirlo… turísticos.

08 noviembre 2008

Editaron el Teatro proletario de cámara, de Osvaldo Lamborghini

El miércoles pasado en el Centro Cultural de España en Buenos Aires se presentó la impensada edición del último gran proyecto lamborghiniano y, quizá, el último gran mito bibliográfico de la literatura argentina. Digo impensada, porque pocos confiaban en las posibilidades reales de llevar a libro esas 8 carpetas inconclusas, mecanografiadas a medias y a medias manuscritas, llenas de imágenes intervenidas y huecos. Pero Anxo Rabuñal, el editor, parece no haberle temido a esa serie de complicaciones.

Las características de la edición merecen ser anotadas: 300 ejemplares numerados, encuadernados en PVC serigrafiado y en caja de editor, con cortes dorados. Además,  las 552 páginas son facsímiles de las de las carpetas, así que el libro tiene el interés adicional de reproducir tan fielmente como es posible el original de Lamborghini.

La única contra es el precio excesivamente alto del volumen: €130. Unos 550 pesos. Y, si se suma a esto la pronta distribución en librerías de la formidable biografía de Lamborghini que escribió Ricardo Straface, los fanáticos pudientes de Lamborghini tendrán que desembolsar la nada desdeñable cifra de 770 mangos. Salvo que algún mecenas oportuno decida donar a este cronista dicha suma, yo me conformaré con comprar el libro de Ricardo en cómodas cuotas. Y, hasta que el Teatro de cámara no tenga un precio proletario, lo lamentaré.

Ya me olvidaba. La presentación estuvo a cargo del editor, de César Aira (prologuista del libro) y de Straface.

Poco queda por editar de Lamborghini ya. Creo que hay unas novelitas pornográficas. Y acaso alguna vez se edite la correspondencia. Entre tanto, me voy a vender sahumerios a los semáforos, hasta juntar 130 euros.

02 noviembre 2008

El otro señor G, de Alfredo Martín


El otro señor G es una adaptación escénica de la novela El doble, de Fyodor Dostoievsky. Tarea peliaguda transformar un clásico ruso del siglo XIX (el libro es de 1846) en teatro argentino del siglo XXI. Pero Alfredo Martín parece no temerle a los fantasmas de la traducción y los resultados de esa temeridad se pueden ver en La Ranchería.

El traslado de la novela es todo lo fiel que puede ser una adaptación escénica de ese tipo. Se conservan los personajes, dos actores bastante parecidos interpretan a Goliadkin y a su doble, hasta los nombres rusos han pasado a la obra.

El espacio, inteligentemente construido, funciona sucesivamente como la burocrática oficina donde trabaja el protagonista, como su casa, como un bar, como la casa de Andrei Filippovich donde se da una fiesta, etc. Esta mecánica espacial es correctamente acompañada por el diseño de luces que, incluso, genera momentos de extraña intensidad, como las danzas de sombras que suceden durante los apagones apenas iluminados con luces verdes.

Las actuaciones son correctas, destacándose Luis Aponte en una interpretación de Petrushka -el sirviente de Goliadkin- alejada del personaje dostoievskiano: lo que en la novela es recelo y menosprecio, aquí se convierte en desidia y en hastío. También son interesantes los trabajos de Bracalenti (el doble) con lo siniestro y el de Silvia Sánchez (Klara y la cantinera alemana).

Lo que no terminó de convencernos fue el extenso volcado del narrador a monólogos, que diluían la tensión dramática y dejaban un regusto “literario” nada oportuno. En contrapartida, los dos momentos más poderosos de la puesta (a nuestro entender) escapan a lo verbal-comunicacional: el canto en ruso con su respectivo baile que ensayan, un poco chispeados por el vodka, Goliadkin y su doble; y el opresivo círculo de hombres que asfixia al protagonista, apenas redondeados por un cenital, en una brevísima pero conmocionante escena.

Para aquellos que se preguntan cómo se pueden llevar al teatro las torturadas novelas del genio ruso, Martín ensaya una de las múltiples respuestas.

El otro señor G puede verse los viernes a las 23:00 en La Ranchería (México 1152). Las entradas cuestan $20 y $12 para estudiantes.

01 noviembre 2008

gustavo sala al recoleta

vayan y vean, orangutanes. y no se pierdan el chistín de sala del último número de la revista... que todavía no salió, muejejjee.