El argumento del cuento de Borges sobre el que está construido el espectáculo es, previsiblemente, borgeano. Es decir, siendo un cuento tardío, recoge todos los vicios temáticos y formales del escritor. La cosa es así: un erudito especialista en Shakespeare (Hermann Soergel) recibe de otro erudito (Daniel Thorpe) la memoria del poeta y dramaturgo. Lo que en un primer momento le parece a Soergel un regalo inconmensurable, termina convirtiéndose en una carga inútil, porque el misterio del genio no reside en sus vivencias o sus lecturas, sino en el modo que son “procesadas” y trasformadas en obra de arte. Soergel comienza a perder el alemán y a recuperar las erres ásperas y las vocales abiertas del inglés del siglo XVII. Finalmente, agobiado por la memoria del otro, decide darla a un desconocido por vía telefónica y se libra para siempre de ella.
Muy bonito, ahora ¿cómo se adapta eso a teatro? Bueno, pregúntenle a Sabater que sabe hacerlo y con altísima eficacia.
En la puesta, el texto de Borges persiste casi completo y convive con intercalados del director que es responsable también de la dramaturgia. Está (claro) Soergel, pero también Thorpe y el difuso soldado que le pasó la memoria a este último: Adam Clay. El narrador, que en el cuento es el propio Soergel, se fragmenta y se pluraliza: 14 actrices toman ese lugar, desplazan la primera persona hacia una irónica tercera y diluyen la concisión borgeana en un juego de repeticiones que podríamos llamar corales. Toda sentencia hace eco en ese narrador escindido, que reespacializa el discurso inmóvil de Soergel.
Los que hayan visto otras puestas del director encontrarán algunas de las constantes con las que trabaja: la utilización de instrumentos musicales en escena, la presencia de un personaje metonímico que carga oblicuamente con el devenir de la obra, la utilización de textos poderosos fuera de contexto como proclamas, la multiplicidad de idiomas, cierta impronta kantoriana.
Los aspectos técnicos son cuidados y exigentes como acostumbra Sabater en sus puestas. La música es muy linda y uno, inevitablemente, sale tarareando la melodía principal. Las luces son exactas con momentos de cierto vértigo que requieren gran precisión del operador (la función que vimos no tuvo problemas al respecto). La escenografía, por su parte, es sobria y funcional a la mecánica de la puesta. De las actuaciones, destacaremos dos siendo injustos: el melancólico pero casi simpático Daniel Thorpe que compone Marcelo Velázquez (a quién nos vimos en la obligación de elogiar antes por su puesta de Destino de dos cosas o de tres) y la Desdémona de Cecilia De Feo, en la ronda de monólogos shakespirianos (usando la grafía que quería Borges) cuando la relectura de las obras de Shakespeare por parte de Soergel.
Pero si hay algo sorprendente en este espectáculo es la dinámica escénica. Los 17 actores se mueven según patrones geométricos que rozan por momentos el vértigo de lo maquinal y por momentos lo escultural semi-estático. Las actrices a la vez que narradoras, funcionan como asistentes de escena en una suerte de danza alucinada que hace progresar al mismo tiempo el relato textual y un correlato escénico difuso y por momentos perturbador, bajo la dirección de una especie de maestra de ceremonias (el personaje metonímico del que hablaba más arriba) cuyas interpelaciones no sólo a los actores, sino también a los técnicos, y sus guiños a público reafirman el carácter convivial del espectáculo: No hay modo de olvidarse que estamos en el teatro. Bienvenida sea esa memoria.
Vayan, entonces, los monitos. Y que tengan suerte. Ya sabemos: And shake the yoke of inauspicious stars:
Muy bonito, ahora ¿cómo se adapta eso a teatro? Bueno, pregúntenle a Sabater que sabe hacerlo y con altísima eficacia.
En la puesta, el texto de Borges persiste casi completo y convive con intercalados del director que es responsable también de la dramaturgia. Está (claro) Soergel, pero también Thorpe y el difuso soldado que le pasó la memoria a este último: Adam Clay. El narrador, que en el cuento es el propio Soergel, se fragmenta y se pluraliza: 14 actrices toman ese lugar, desplazan la primera persona hacia una irónica tercera y diluyen la concisión borgeana en un juego de repeticiones que podríamos llamar corales. Toda sentencia hace eco en ese narrador escindido, que reespacializa el discurso inmóvil de Soergel.
Los que hayan visto otras puestas del director encontrarán algunas de las constantes con las que trabaja: la utilización de instrumentos musicales en escena, la presencia de un personaje metonímico que carga oblicuamente con el devenir de la obra, la utilización de textos poderosos fuera de contexto como proclamas, la multiplicidad de idiomas, cierta impronta kantoriana.
Los aspectos técnicos son cuidados y exigentes como acostumbra Sabater en sus puestas. La música es muy linda y uno, inevitablemente, sale tarareando la melodía principal. Las luces son exactas con momentos de cierto vértigo que requieren gran precisión del operador (la función que vimos no tuvo problemas al respecto). La escenografía, por su parte, es sobria y funcional a la mecánica de la puesta. De las actuaciones, destacaremos dos siendo injustos: el melancólico pero casi simpático Daniel Thorpe que compone Marcelo Velázquez (a quién nos vimos en la obligación de elogiar antes por su puesta de Destino de dos cosas o de tres) y la Desdémona de Cecilia De Feo, en la ronda de monólogos shakespirianos (usando la grafía que quería Borges) cuando la relectura de las obras de Shakespeare por parte de Soergel.
Pero si hay algo sorprendente en este espectáculo es la dinámica escénica. Los 17 actores se mueven según patrones geométricos que rozan por momentos el vértigo de lo maquinal y por momentos lo escultural semi-estático. Las actrices a la vez que narradoras, funcionan como asistentes de escena en una suerte de danza alucinada que hace progresar al mismo tiempo el relato textual y un correlato escénico difuso y por momentos perturbador, bajo la dirección de una especie de maestra de ceremonias (el personaje metonímico del que hablaba más arriba) cuyas interpelaciones no sólo a los actores, sino también a los técnicos, y sus guiños a público reafirman el carácter convivial del espectáculo: No hay modo de olvidarse que estamos en el teatro. Bienvenida sea esa memoria.
Vayan, entonces, los monitos. Y que tengan suerte. Ya sabemos: And shake the yoke of inauspicious stars:
2 comentarios:
DA GUSTO LEER ESTAS CRÍTICAS!!
ME DAN GANAS DE IR AL TEATRO...
SALUD!
les dejo la direccion del teatro a quienes quieran ir a vernos:
"LA MEMORIA DE SHAKESPEARE, embalaje teatral para un relato breve"
FRENCH 3614 (Y ARAOZ) palermo
DOMINGOS 17HS (puntual)
sep- oct- nov.
gracias!
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