

Terrame es la primera obra que Lucila Garay, salida de la cantera de Claudio Tolcachir, estrena en los roles simultáneos de dramaturga y directora. El título remite -ya se habrán imaginado- a un juego infantil de esos que vienen jugándose de tiempos inmemoriales y que yo conocía también como Terrome. La melodía suena sola: “terrome terrome tesín tesán terrome terrome te pum bajá”. Otros decían “terrame” y “sacá”. Cosas de chicos. Pero, como dice un personaje de Aira en Madre e hijo, “las diversiones infantiles tardan en perder la gracia”.
Por supuesto, el título no es casual, el juego es una de las constantes de la obra. Los personajes (Él y Ella, según el programa de mano; Lucía y Atahualpa, según lo que ellos dicen) pasan buena parte del tiempo jugando. Esto tiene una explicación más profunda que el simple carácter lúdico del teatro: Terrame es, sin lugar a dudas, teatro del absurdo. En el género, la extrañeza surge de un desajuste en la relación causa-efecto. Este descalabramiento de la lógica con la que estamos acostumbrados a pensar el mundo suele empezar por la herramienta que la expresa, esto es, el lenguaje. Pero, aunque como espectadores asistamos atónitos a esa ruptura, los personajes no parecen percibirla (no siempre al menos) y ese es otro de los rasgos genéricos: la presentación de un universo donde la lógica existe pero no la conocemos. Como en el juego.
Las actuaciones (a cargo de Leandro Iommi y Soledad Sauthier) trazan un interesante in crescendo. Comienzan (o quizá comenzaron en la función que vi) un poco frías, un poco fuera del timming de comedia que siempre ronda al absurdo, pero progresivamente van ganando en intensidad hasta terminar en un muy buen nivel.
El aspecto técnico (que -siempre digo lo mismo- me interesa mucho) es impecable. La música está elegida criteriosamente y va desde La vie en rose sonando en una cajita musical, hasta un Wagner de lo más extraño. La escenografía es buena, con una profusión de cajas de mudanza -anunciada ya desde el programa de mano- que no deja de citar oblicuamente a El Inquilino de Ionesco. Las luces merecen un párrafo aparte (aunque las deje en este mismo): la puesta de Omar Possemato es compleja, sutil, bien coloreada; muy linda, resumiendo. La operación, que presenta ciertas complicaciones, es impecable y no tuvimos que lamentar cambios a cuchilla desubicados ni fades a paso de tortuga.
No suelo contar detalles argumentales y no lo haré aquí, sobre todo porque algunos comprometerían la efectividad de ciertos chistes. Claro, Terrame es una obra muy graciosa, desopilante por momentos. Nada más lejos de mi intención que erosionar su potencial humorístico.
Para cerrar este comentario, quería celebrar la profesionalidad de la propuesta. Siempre es alentador que una primera obra se haga con prolijidad, trabajo y buenas intenciones. A Terrame no le falta nada de eso.
“Imaginar una historia en el futuro suele ser una especie de ejercicio en espejo que pone en juego, al mismo tiempo que proyecta, un determinado vínculo del presente con el pasado. ¿Cómo construir entonces una escena cotidiana que transcurra dentro de unos treinta años? No se me ocurre que vayan a llegar los extraterrestres. Ni que el mundo podría explotar. Nada hace pensar que vaya a haber un cambio que lo transforme todo de un día para el otro y, sin embargo, tantos cambios ocurren todos los días. Una contradictoria sensación parece indicar que en paralelo a una desenfrenada, veloz e inaprensible transformación tecnológica y biotecnológica, pocas novedades nos esperan en otros terrenos. Los vínculos humanos ofrecen extrañas resistencias. Como una babosa gorda y lenta, se arrastran pesados al lado de los cambios y los acomodan como pueden en las maneras de entender el mundo que conocen de antaño. Esta sensación fue el punto de partida de este trabajo.” Elisa Carricajo.
Como decíamos antes a propósito de
Saliendo un poco del plano abstracto, me interesa destacar el trabajo de los cuatro actores: Débora Dejtiar, Julia Amore, Paula Acuña y Federico Buso. Parejas, exactas, ricas en matices y en el límite de la comedia y el drama, ninguna de las actuaciones se destaca sobre las demás. Lo cual es una virtud, se entiende.
En fin, un muy buen comienzo de Elisa Carricajo en dramaturgia y dirección, excelentemente acompañada desde lo actoral y lo técnico. Creo que con eso basta para darse una vuelta por el teatro.