10 mayo 2009

Dos mil treinta y cinco (2035), de Elisa Carricajo


“Imaginar una historia en el futuro suele ser una especie de ejercicio en espejo que pone en juego, al mismo tiempo que proyecta, un determinado vínculo del presente con el pasado. ¿Cómo construir entonces una escena cotidiana que transcurra dentro de unos treinta años? No se me ocurre que vayan a llegar los extraterrestres. Ni que el mundo podría explotar. Nada hace pensar que vaya a haber un cambio que lo transforme todo de un día para el otro y, sin embargo, tantos cambios ocurren todos los días. Una contradictoria sensación parece indicar que en paralelo a una desenfrenada, veloz e inaprensible transformación tecnológica y biotecnológica, pocas novedades nos esperan en otros terrenos. Los vínculos humanos ofrecen extrañas resistencias. Como una babosa gorda y lenta, se arrastran pesados al lado de los cambios y los acomodan como pueden en las maneras de entender el mundo que conocen de antaño. Esta sensación fue el punto de partida de este trabajo.” Elisa Carricajo.

 

Como decíamos antes a propósito de La patria submarina, el teatro independiente nacional ha construido una tradición de obras que coquetean con la ciencia ficción, presentando mundos futuros. Es notable que estas anticipaciones sean todas distópicas, que nos muestren un mundo al borde de la desaparición. En 2035, en cambio, "el pesimismo se reconstruye en otro nivel" (Aira dixit): en la incómoda constatación de que, dentro de casi tres décadas, las relaciones interpersonales continuarán estando tan viciadas como lo han estado siempre. Según el texto que citamos más arriba (la presentación de la obra en Alternativa Teatral), los paradigmas de interacción más que evolucionar se mantienen al margen del progreso de la "civilización", como si la tecnología fuese -apenas- un obstáculo a vencer para conservar los modos de vida tradicionales. Verán que asimilo "progreso de la humanidad" a "progreso tecnológico". Desde la interrupción de la selección natural o -mejor dicho- desde su tecnificación, el desarrollo tecnológico es el único modo que poseemos para medir la evolución de la humanidad (sí, Nietzsche me guiña el ojo desde El Anticristo). Y no se entienda aquí tecnología como un montón de aparatitos inútiles, sino como la summa de todos aquellos procedimientos técnicos que se articulan tras un fin determinado. Piénsese, por ejemplo, en las tecnologías del poder que describiera Foucault.

Carricajo parece leer, tras la fachada de conflicto familiar que tiene su obra, este desajuste entre el progreso de la humanidad como conjunto (aquel pesado legado de la Iluminismo) y el anquilosamiento de las relaciones entre individuos que, a fin de cuentas, son los componentes de la Humanidad. Quizá por eso las coordenadas espacio-temporales son tan difusas al interior del texto y sólo aparecen en los paratextos: además del título de la obra, en el programa de mano puede leerse “Década de 2030. Buenos Aires.” Si no supiésemos eso, si nos llevaran a ciegas a ver la obra, acaso nos sorprendería el vestuario (pero poco, no es más extravagante que cualquiera de los modelos que cortan los gurúes de la Haute Couture), las paredes termosensibles y no mucho más.

Surge entonces la pregunta: ¿qué es lo que indica que estamos en un futuro más o menos próximo? La respuesta es: fuera de los paratextos, nada. Esto funciona en el sentido que anotábamos antes, es decir, la datación de la historia acentúa el pesimismo de la propuesta ya que, si podemos aceptar que los hechos suceden en 2035, entonces debemos aceptar que esperamos que nada cambie en el transcurso de las próximas décadas.

Saliendo un poco del plano abstracto, me interesa destacar el trabajo de los cuatro actores: Débora Dejtiar, Julia Amore, Paula Acuña y Federico Buso. Parejas, exactas, ricas en matices y en el límite de la comedia y el drama, ninguna de las actuaciones se destaca sobre las demás. Lo cual es una virtud, se entiende.

El aspecto técnico está bien resuelto. No hay música y el campo sonoro se reduce a un timbre de curioso sonido que se escucha -repetidas veces- en un único momento de la obra. Las luces de Javier Daulte (pavada de iluminador) iban a merecer mi crítica, pero un impecable acierto en el final con un trabajo de sombras, me disuadió se semejante propósito. Del vestuario (que es muy bueno) ya he hablado. La escenografía cumple también su función de recorte claustrofóbico del espacio, que anota Diego Braude en Imaginación Atrapada. Ya que estamos, remito a ese comentario para cosas que no tiene sentido repetir aquí.

En fin, un muy buen comienzo de Elisa Carricajo en dramaturgia y dirección, excelentemente acompañada desde lo actoral y lo técnico. Creo que con eso basta para darse una vuelta por el teatro.

2035 puede verse en el Abasto Social Club (Humahuaca 3649) los jueves a las 21 hs. Aprovecho para mandar mis saludos al personal (humano y felino) del Abasto que siempre me trata maravillosamente.

2 comentarios:

Vacilos del alma de un bohemio dijo...

Solo cuando leo tus críticas reniego del lugar en donde vivo y tú solías vivir...

No pasa nada por estos lares...

Abrazos y saludos.
Germán.

Santiago dijo...

Y... digamos que la oferta teatral de 25 no es de lo más variada. Aunque el Taller de Arte pone buenas obras en escena.