Mi andamiaje teórico en lo que a la danza respecta es bastante flojo. Para no decir inexistente. Así que cuando decidí ir a ver al Borges la obra que dirige Gisela Fantacuzzi sabía que mi posición expectatorial iba a ser medio ingenua. Digo medio, porque la otra mitad de la cosa es teatral: No es fácil… es un espectáculo de danza-teatro. Así que las desarrapadas impresiones que vuelque en adelante serán medio banales. De la otra mitad, directamente no respondo.
En palabra de la directora: “La obra / performance indaga en las condiciones del diálogo y los vínculos humanos, permitiendo todas las posibilidades de diálogo entre los cuerpos. Busca en la espontaneidad de los intérpretes, e instala preguntas acerca del deseo, la sexualidad, la envidia y el hacer cotidiano.”
Si hay un adjetivo que resume la impresión que recibí, ese es “perturbadora”. Claro que, como en toda expresión poética, pretender que sea resumible es una pavada de grueso calibre.
Las relaciones dialécticas entre un cuerpo y una música siempre transitan el camino de la metáfora. Así era con los rituales de los pueblos primitivos y así sigue siendo con los rituales que paquetas señoras con paquetes esposos contemplan en paquetes teatros cuando van a ver ballet. No importa que la melodía no suene en los parlantes (como sucede en el Solo de apertura que interpreta la propia Fantacuzzi), los espectadores se encargan de inventar la que corresponde a ese baile. Si las comparamos, posiblemente no haya dos iguales. Así de poco unívocas son las relaciones entre el cuerpo y la música.
Entonces, la labor dramatúrgica o coreográfica en este tipo de obra consiste, esencialmente, en la construcción de signos huecos, de metáforas sin referente inmediato que los espectadores se encargarán de completar. Así, la eficacia de un espectáculo podría medirse (tómense estos verbos imprudentes en un sentido poco literal) por los resortes que toca en el público. Y No es fácil beber… da -apabulladoramente- en el blanco.
La potencia de la obra se basa en varias patas que funcionan simultáneamente y se retroalimentan. Por un lado está el excelente trabajo de luces que propone una sucesión climática extremadamente interesante, sin alardes, pero efectivísima. Por otro, la pericia de los performers y los recorridos coreográficos que siguen. Finalmente, la notable fuerza dramática de las situaciones que se representan: vaya como ejemplo el angustiante monólogo de Mailén Valdez, que parece ahogarse mientras bebe de un vaso de agua. Ah, por cierto, también la música es muy buena.
Bueno, no voy a extenderme más sobre un tema que no domino a fondo. No es fácil beber juntos puede disfrutarse los domingos a las 20:00hs en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San Martín). Vale la pena ir y, una vez terminada la obra, salir preguntándose cómo es que el arte, sin hablar de nada en especial, puede plantear interrogantes tan inefables. Definitivamente, perturbadora es la palabra. Y bella. Como una femme fatal.
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