12 noviembre 2008

Pablo Iglesias x 2: Cascarita y La patria submarina

El sábado fuimos a ver las dos obras que el director y dramaturgo tiene en escena. Primero fue Cascarita. No luce ni cierra, en La Ranchería y luego, subte mediante, La patria submarina (primera misión), en el Abasto Social Club. Las obras son lo suficientemente diferentes como para que juntarlas en el mismo post sea una empresa osada. Pero coraje es lo que sobra…


Cascarita es el seudónimo de un hijo de puta, como dice la crítica de la revista Llegás a Buenos Aires. Que además sea un escritor es anecdótico. Porque este hombre, que queda encerrado en un bar por culpa de una manifestación, un viernes de paro, se define a sí mismo como escritor. Lo cierto es que, durante la representación, lo único que logra plasmar en un papel es su número de teléfono. Y a eso, conceptualismos aparte, no lo podemos leer como literatura.


La obra funciona por contrastes y repeticiones, a varios niveles. Los contrastes están en Cascarita, por momentos seductor y dulce, por momentos de una violencia psicótica incontrolable, a veces cruel, a veces tierno, ganador y perdedor absoluto al mismo tiempo. Pero también hay contrastes de actuación, entre la gestualidad límite de Minetti (de gran trabajo) y la sutileza de Perisson, entre la verborragia del primero y el silencio apenas roto de la segunda. Finalmente, hay un contraste de signo espacial que se mantiene como contrapunto en el devenir de la obra: la extraescena amenazadora de la manifestación que parece calmarse y finalmente estalla en la represión policial; y la escena que tiene un in crescendo de violencia para terminar lacónicamente. Las repeticiones aparecen como reduplicación de la estructura narrativa en los diferentes niveles diegéticos: igual que los cuentos de Cascarita, se repite su vida y la obra que vemos.

El campo sonoro, salvo por el quilombo de la protesta como “música de sala”, se reduce al discurso aluvional del pretendido escritor. Y es ese discurso, casi ininterrumpido, el que conecta los elementos más o menos dispersos de la obra. Alejandro Catalán decía, hace unas semanas en una mesa de debate de Tecnoescena, que hacer dramaturgia hoy pasaba por reunir elementos dispersos. Aquí, el elemento conectivo es, repetimos, el discurso de Cascarita, que no sólo vincula la historicidad del personaje con sus acciones y rasgos presentes, sino que liga los espacios externo e interno, cierta ilusión de clase y de intelección política del protagonista con la otredad del exterior, y a los dos personajes. Estos vínculos, claro, no son unívocos, sino que transitan una zona de fluidez que mantiene al espectador entre el rechazo absoluto y la pasmosa identificación.

Hay un interesante trabajo de luces también, a pesar de que no se utiliza el color. A lo largo de la obra, el relato lumínico enfatiza o alivia la presencia de los personajes sobre la escena y dirige la mirada del espectador. La luz no es un simple efecto técnico, sino un recurso dramático que se utiliza, para decirlo de algún modo, como los pedales de un piano.


La patria submarina (primera misión) va por otro lado: es prácticamente opuesta a la anterior. Entroncada en una tradición que le ha dado grandes satisfacciones al teatro argentino (Postales argentinas y La Paranoia, por nombrar sólo dos) es una obra apocalíptica, casi de ciencia ficción, que narra la destrucción del mundo -que acaba bajo el agua- y el intento de un grupo de militares, encerrados en un submarino, por mantener viva a la especie humana. O, por lo menos, al Homo Argentinensis.

Las diferencias con la otra obra que Iglesias tiene en cartel son visibles apenas uno entra a la sala. En contraposición a la esquemática escenografía de Cascarita..., aquí se presenta un camarote de submarino hiperrealista. Además, hay tres televisores que transmitirán en vivo las directivas de La Capitana (Liliana Weimer).


La misión que refiere el título es la obtención de un bebé humano no contaminado de una misteriosa enfermedad que parece acechar en la superficie. Los encargados de llevarla a cabo son René (Clara Virasoro) y Hoyos (Darío Pacheco), un futuro buzo de las FOE: Fuerzas Operativas Especiales (otro punto de contacto con La Paranoia: recordemos que el coronel Giácomo Brindisi pertenecía a Operaciones Especiales). Pero el buen muchacho, bastante cohibido y obsesivo, tiene serios problemas para llevar adelante el coito, muy a pesar de su desinhibida partenaire que quiere liquidar el asunto lo más pronto posible. Y aparece el tercero en discordia, Alonso (Martín Paladino). Y luego, un niño de dudoso ascendiente ("la partenidad es un acto de fe", ha dicho Goethe). Todo se complica hasta lo inverosímil.

Como buena "literatura de anticipación" que se precie de tal, La patria… habla de un lejano futuro para hablar de un cercano presente o, incluso, del pasado. Las desmesuradas dádivas que La Capitana les promete a René y a Alonso, incluyendo cadenas de restaurantes y barrios enteros; la necesidad de repoblar la Argentina que remite a la ola inmigratoria que propiciaron los gobiernos argentinos a partir del siglo XIX; la obligatoriedad del festejo navideño (para esto valen las consideraciones que Andrea Garrote hiciera sobre su mandamiento); todo hace eco e interpela a los espectadores. Ferozmente a veces.

A un trabajo desopilante de Pacheco, se suman las correctas actuaciones de sus tres compañeros. Pero claro, es difícil superar a un hombre, proyecto de buzo, que come nueces para calmar su ansiedad, vestido con un mameluco anaranjado y haciendo una variedad de sonidos casi inexplicables.

El único reparo que voy a hacer (y quizá es un comentario de obsesivo) apunta a la reproducción por los bafles de sala del llanto del bebé que, supuestamente, está en la cuna. Es un detalle menor pero la pérdida de espacialidad o, mejor, de especificidad espacial del sonido resulta molesta. Hace ruido.


Ahora, nos ponemos la peluca blanca y nos transformamos en Hegel para sintetizar estos dos términos antagónicos en una conclusión única: vayan a verlas. Dos propuestas completamente distintas, de un mismo director, ambas de gran calidad.

Cascarita… puede verse los sábados a las 20:30hs en La Ranchería (México 1152) y La patria… los mismos días a las 23:15 en el Abasto Social Club. Juro que pueden verse las dos en una misma noche. Yo lo hice, sobreviví para contarlo y encima escribo esta reseña. Es prueba suficiente.

No hay comentarios: